jueves, 1 de noviembre de 2012

Conductores agresivos y violencia vial



El cuerpo humano es un carruaje; el yo es el conductor,
el pensamiento las riendas, los sentimientos los caballos.
(Platón)
Creative Commons, foto de Antonio Herrera










La sociedad occidental fomenta la competitividad desde que somos niños. Ya en la escuela nos preparan para un mundo donde, si de lo que se trata es de perder; mejor tú que yo. La competitividad la vemos positiva para poder evolucionar y avanzar en nuestra civilización. Para quitar el carácter peyorativo preferimos hablar de ambición, pero la competitividad también genera  ambientes propicios para la agresividad. La lucha por la supervivencia nos obliga en muchas ocasiones a adoptar comportamientos agresivos: sea para defendernos, sea para atacar. Cuando nos convertimos en tráfico también aparece la agresividad, muchos expertos y organismos internacionales (entre ellos la Organización Mundial de la Salud) hablan de violencia vial.


¿Por qué algunas personas son más agresivas cuando conducen?

Ya he reflexionado sobre este tema en anteriores posts. Conducir un vehículo activa determinados mecanismos psicofísicos que nos otorgan una mayor capacidad de reacción ante situaciones inesperadas –ponemos mayor atención y por tanto reaccionamos antes- pero conducir también provoca un mayor nivel de agresividad y en muchas personas potencia su carácter violento. Cuando vamos al volante sentimos mayor impunidad ante las actitudes violentas que ejecutamos: bocinazos, velocidades inapropiadas, distancias de seguridad incorrectas, aceleramos mientras nos adelantan… eso sin llegar a los casos más extremos, las agresiones físicas. Tenemos una sensación de anonimato y seguridad al estar “enlatados” dentro del habitáculo porque no nos sentimos tan vistos, y en caso de serios problemas siempre está la "valiente alternativa" de la huida (aunque matrícula, testigos, cámaras de seguridad, mecánicos y técnicas de investigación  policiales son factores que están para evitarlo). El vehículo se convierte en un añadido de la distancia personal –mi territorio-  donde sólo entra quien yo quiero. En los seres humanos el sentimiento de territorialidad es tanto o más poderoso que el que pueda tener otra especie animal. Muchas personas tienen un impulso competitivo extremadamente elevado (podemos encontrar en nuestra memoria un rostro al que poder asociarlo). Demasiada competitividad acarrea agresividad y ésta genera sentimientos de ira y venganza que señorean dentro de los lindes de nuestro territorio móvil.


“Pero qué está haciendo ese…”

“¿Vistes cómo me cerró el paso?”

“Se va a enterar con el bocinazo que le voy a pegar…”

En ocasiones la agresividad surge como un acto de defensa al sentirse incomodado, en otras ocasiones presionamos al que está delante porque nos sentimos molestos por el que viene detrás (efecto vasos comunicantes), en el tráfico lo vemos con la gestión de las velocidades, en la empresa con las jerarquías y el flujo de las responsabilidades.

El perfil de un conductor agresivo se relaciona con los siguientes atributos: cínico, rudo y colérico, aspectos que suele mostrar no sólo mientras conduce sino en el trabajo o en su casa, pero conduciendo es cuando más fácilmente aparecen estos atributos de su personalidad a la vista de sus acompañantes y de sus víctimas. Otra característica asociada a ese tipo de conductor es la falta de empatía hacia los otros conductores o peatones con los que comparte el espacio público.


¿Qué causas motivan la agresividad cuando conducimos un vehículo?


La casuística  en la violencia vial es extensa y aquí solamente haré una aproximación. Las hay internas que están dentro de cada individuo y las hay externas o ambientales. Cada individuo tiene unos niveles de irritabilidad que potencian la agresividad ofensiva o niveles de susceptibilidad que desembocan en agresividad defensiva. Cada persona tiene diferentes grados de tolerancia a múltiples estados emocionales: tristeza, preocupación, frustración, cólera, excitación… que modificarán de forma diferente nuestras reacciones con mayor o menor grado de violencia. Y será nuestra capacidad para controlar de forma adecuada esas emociones la manera de controlar muchos de los impulsos que tenemos cuando conducimos -de ahí la cita inicial del filósofo Platón en este post-. Entre los factores externos o ambientales destacan la temperatura o el grado de humedad (ver post anterior), el nivel de ruido también es importante, sobre todo si no se tiene un control en su volumen ni en su duración, provocando irritación y agresividad. Finalmente no podemos olvidarnos de las congestiones de tráfico en las carreteras, que según sea su duración o la disponibilidad de tiempo que tengamos, pueden llegar a provocar frustración y terminar en actuaciones muy agresivas.


Los grados de una conducta agresiva

Fases
Actuaciones
Primera fase: El objetivo es que el otro conductor se sienta mal, realizando un ataque moral
Ridiculizar, blasfemar, insultar, realizar gestos inapropiados o muecas.
Segunda fase: Se mantiene el objetivo pero se deteriora el razonamiento
Se incrementan gradualmente las características descritas en la primera fase, se comienza a perder la conciencia racional.
Tercera fase: Se provoca directamente al otro conductor
Se le acosa (se le hacen luces, se irrumpe en la trayectoria de su vehículo, se produce una detención abrupta frente a su vehículo…)
Cuarta fase: Se agrede físicamente al otro conductor
Desaparece la autocontención y se deja paso a la violencia verbal y física hacia el otro conductor.

Fuente: Postgrado Seguridad vial laboral Universidad de Valencia

El aprendizaje observacional es una de las formas naturales que tenemos de adquirir experiencias, sean éstas positivas o negativas. De manera que:

“Si veo que alguien lo hace mal y consigue su objetivo, yo haré lo mismo”. 
Este planteamiento asumido por muchas personas contribuye a la expansión de malos hábitos y comportamientos en la carretera. La violencia vial se expande por imitación ante la falta de enseñanzas por una correcta educación vial, independientemente de las sanciones, porque necesitamos una efectiva coerción socio-cultural con la que poder combatir ese estilo de vida tan egoísta.





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