viernes, 1 de agosto de 2014

Ladrones pero honrados...



Fuente;kikkax.blogspot.com.es
 Hay un dicho popular que dice: "Quien no roba, porque no puede" y cuando busco en el pasado cómo eramos, de qué manera nos desplazábamos y nos relacionábamos, me encuentro con perlas como ésta en la obra de Teofilo Gautier Viaje por España. Agudo observador que recorrió nuestras tierras hace dos siglos y nos dejó descripciones tan interesantes y costumbristas como la siguiente:





"A propósito de ladrones, vamos a narrar una historia de la que faltó poco para que fuésemos héroes. La diligencia de Madrid a Sevilla , en la que debíamos salir, sin que lo hiciésemos por falta de sitio, fue asaltada en el camino de la Mancha, por una partida de facciosos o ladrones, que viene a ser lo mismo; los bandidos se dispusieron a recoger su botín y a secuestrar a los viajeros para luego pedir, como se hace en las tribus de África, un fuerte rescate. En esto apareció otra partida más numerosa que la primera: la venció, la quitó los prisioneros y se los llevó a sus guaridas de la montaña. En el camino, uno de los viajeros sacó su petaca, que los bandidos se habían olvidado de requisar, cogió un cigarro, lo encendió con la mecha y con toda la cortesía castellana le ofreció otro al bandolero: 
-¿Quiere usted un cigarro? Son habanos. 
-Con mucho gusto -respondió el otro lisonjeado por aquella atención. 
A los pocos momentos, el bandido y el viajero, fumando sus cigarros y lanzando al aire bocanadas de humo, entablaron una conversación, en la que de motivo en motivo, el ladrón fue a parar a quejarse de la marcha de su comercio, como hacen todos los mercaderes: afirmaba que los tiempos eran duros, los negocios no iban bien, que había muchas gentes honradas que les hacía la competencia y que estropeaban el oficio. Además, los viajeros, seguros de ser asaltados y robados, no solían llevar consigo sino lo más preciso y se ponían la peor ropa. 
-Mire usted -dijo con gesto de desesperanza mostrando su capa raída y remendada que merecía envolver a la honradeza misma-:¿No es vergonzoso verse obligado a robar estos andrajos?¿Es que el hombre más honrado de la tierra iría peor vestido? Es cierto que solemos secuestrar a los viajeros, pero las familias de hoy tienen el corazón tan duro que ni aún así desatan los cordones de su bolsa. Apenas sacamos para ir comiendo. Y para esto hay que dormir en el suelo, comer bellotas, beber nieve derretida, andar muchísimo y exponer la piel a cada momento. 
Así hablaba aquel valeroso bandido tan desengañado de su oficio, por lo menos, como cualquier periodista parisién cuando le llega el turno de escribir su artículo. El viajero contestó al forajido:
-¿Y por qué, si su oficio es tan malo y le produce tan poco, no toma usted otro?
- Ya lo he pensado, y mis compañeros también. Pero, ¿qué quiere usted que hagamos? Estamos acorralados, perseguidos. Si nos cogen, nos fusilan como a perros. No hay más remedio que seguir apechugando con esta vida. 
El viajero, que era hombre de influencia, se quedó un momento pensativo: 
- De modo que si le indultaran, ¿dejaría usted su oficio?
-Ciertamente. ¿Cree usted que es muy divertido ser ladrón? Aparte de que es necesario tener una alma negra, hay que trabajar como esclavos. Es mucho mejor ser honrado.
-Bueno -repuso el viajero-. Pues yo me encargo de conseguir el perdón de todos a condición de que nos devuelvan la libertad.
-Perfectamente. Vaya usted a Madrid. Aquí tiene usted un caballo y un salvoconducto para que los compañeros le dejen pasar. Vuelva usted pronto. Le esperamos en tal sitio con sus compañeros, a quienes trataremos lo mejor posible. 
El viajero regresó a Madrid y a los pocos días logró que los malhechores fuesen indultados. Inmediatamente volvió a buscar a sus compañeros de infortunio. Al volver se los se encontró sentados tranquilamente con los ladrones, comiendo un jamón manchego, cocido con azúcar y dando frecuentes tientos a una bota de vino de Valdepeñas, que los ladrones, como delicada atención, habían robado expresamente para ellos. Todos cantaban y se divertían mucho, los presos tenían más ganas de hacerse ladrones que de volver a Madrid. Pero el jefe de la partida les pronunció un discurso de severos tonos morales, que les hizo reflexionar. Así, todo el grupo, revueltos unos con otros, se dirigieron a la ciudad más próxima, donde viajeros y ladrones fueron recibidos con gran entusiasmo, pues bandidos apresados por gentes que iban en la diligencia constituía un espectáculo verdaderamente raro y curioso.



Teofilo Gautier. 

Viaje por España   Ed Mediterráneo
Madrid 1944 pág. 108, 109, 110.


    

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