viernes, 15 de agosto de 2014

Relatos de viajeros en el siglo XIX: posaderos y bandoleros


Hasta que el ferrocarril no se implantó por nuestras latitudes, viajar constituía una auténtica heroicidad, que bien podría considerarse una ardua tarea sólo emprendida por quienes tenían una verdadera necesidad o por aventureros y nómadas modernos con alma de beduinos dispuestos a jugar con su suerte.

En el siglo XVIII, incluso bien entrado el siglo XIX, viajar resultaba muy incómodo. Por los caminos de herradura era menester ir todo el día a la grupa de un caballo, un burro o un mulo, eso los más afortunados, porque la mayoría tenía que cubrir las distancias caminando.


Los vehículos rodados de entonces no tenían buenas amortiguaciones, de manera que el traqueteo de las ruedas se trasladaba por el coche a todos los huesos del cuerpo de los pasajeros; y al final de una larga jornada de viaje normalmente los intrépidos viajeros solían terminar con los "huesos molidos".

"Un viaje por España es aún una empresa arriesgada y romántica. Hay que contribuir a ella personalmente; tener paciencia, valor y energía. A cada paso se arriesga la piel, y el menor obstáculo con que se tropieza son las privaciones de todo género; la carencia de las cosas más indispensables para la vida, el peligro de los caminos, verdaderamente impracticable, para quien no tenga la costumbre de andar por ellos que tienen los arrieros; un calor infernal, un sol capaz de derretir el cráneo, y además de todo esto, la casi seguridad de tener que habérselas con facciosos, ladrones, posaderos, bribones y toda clase de gente indeseable, cuya actividad no puede garantizarse más que según el número de carabinas que uno lleva consigo. El peligro os sigue siempre, os rodea y os precede. Sólo oís hablar de historias misteriosas y terribles. En un pueblo se dice que los bandidos comieron anoche en tal posada, que tal diligencia fue detenida y llevados los viajeros al monte para pedir por ellos rescate. Patillos está emboscado en tal sitio, por donde es necesario pasar. Indudablemente, en esto existe bastante exageración; pero, a pesar de nuestra incredulidad, hay algo de cierto, puesto que en cada encrucijada se ven cruces de madera con inscripciones de esta clase: Aquí mataron a un hombre. Aquí murió de muerte violenta..."
Teofilo Gautier. 
Viaje por España    pág. 206-207


Sobre el corsario o el jefe de una recua

Hoy podemos recorrer miles de kilómetros en un solo día. Sin embargo, en aquellos tiempos realizar un viaje de 500 km requería la inversión de varios días, con sus correspondientes noches, las cuales si se viajaba en coche o montado sobre algún equino se tenían que pasar en hospederias y posadas; ya que los establecimientos eclesiásticos que hospedaban, abundantes por la geografía española, normalmente sólo aceptaban a quienes iban a pie.
"Entre Granada y Málaga no hay diferencia; los únicos medios de de locomoción son las galeras y las caballerías. Elegimos unas mulas como más seguras y más rápidas, pues teníamos que atravesar la Alpujarra para llegar al mismo día de la corrida por la mañana. Nuestros amigos de Granada nos indicaron un corsario (jefe de convoy) llamado Lanza, joven, de buena presencia, hombre honrado y buen amigo de los bandidos. Esto en Francia sería, ciertamente, una recomendación poco agradable, pero al otro lado de los Pirineos no ocurre lo mismo. Los arrieros y los conductores de galeras conocen a los ladrones, hacer negocios con ellos, y mediante una cantidad por viajero o convoy, según se estipule, consiguen paso libre y no son detenidos. Estos tratos se pueden cumplir por ambas partes con una probidad absoluta, si nos es lícito aplicar la palabra probidad a tales transacciones.
Cuando el jefe de una cuadrilla de bandoleros se acoge "a indulto" -se dice así el acto de que un bandido se entregue voluntariamente a las autoridades, en cuyo caso se suele perdonar- o por cualquier otro motivo cede a otro sus fondos y su clientela, lo primero que hace es presentar a su sucesor a los corsarios, que le pagan una contribución para que no les moleste cuando van de viaje. De este modo los viajeros pueden ir seguros de no ser desvalijados, y los forajidos, por su parte, se evitan una lucha que podría ser peligrosa. Es una combinación en la que todos salen ganando.
Fuente Wikipedia

Cierta noche entre Alhama y Vélez, nuestro corsario iba dormitando, sobre su mula, a la cola de la recua, cuando de pronto le despertaron unos gritos agudos, mientras los trabucos brillaban a la luz de la luna, al borde del camino. La cosa estaba clara: atacaban al convoy. 
Sorprendido extraordinariamente  echa pie a tierra, detiene con la mano la boca de las armas y pronuncia su nombre.
-¡Ah, perdon, señor Lanza! -exclaman los bandidos confusos por la equivocación-. No le habíamos reconocido. Ya sabe que nosotros somos hombres de honra, incapaces de proceder mal, y, por lo tanto, de quitarles ni siquiera un cigarrillo.
Si no se va con una persona conocida de los salteadores, es menester ir protegido por una buena escolta, armada hasta los dientes, lo cual cuesta muy caro, y en definitiva no es seguro, porque los mismos escopeteros de la escolta son bandoleros retirados".
Teofilo Gautier. 
Viaje por España    pág. 204-205



Entre salteadores y posaderos estaba la cuita del viajero.


Por lo que he averiguado, en aquella época entrar en una posada frecuentemente era meterse en la boca del lobo. Como muestra presento fragmentos en los que se describe la situación de unos viajeros en aquellos antros a mediados del siglo XIX, donde no se sabía muy bien si el peligro acechaba más dentro de la posada o fuera con los bandoleros del camino.
"La familia con que hacíamos el viaje era la que un ingeniero muy instruido y que hablaba perfectamente el francés. Les acompañaba un antiguo bandido, de extraña fisonomía, que estuvo en la cuadrilla de José María y que a la sazón era guardián de minas. Este individuo seguía la galera a caballo, con el puñal en la faja y la carabina en el arzón de la silla. El ingeniero le prestaba mucha atención; elogiaba su honradez, a pesar de su antiguo oficio, cuyo recuerdo no le inspiraba al ingeniero inquietud alguna. Bien es cierto que al referirse a José María me dijo varias veces que era un hombre valeroso y honorable. Esta opinión, que me pareció un tanto paradójica tratándose de un salteador de caminos, es muy corriente en Andalucía entre las gentes más distinguidas. A este respecto España continúa siendo árabe".
( ...)
Por mucho que se hable de los salteadores de caminos, tengo que declarar que no es el camino donde está el peligro, si no al borde de él: en la posada. Allí es donde os despojan a mansalva, sin que podáis recurrir a las armas y darle un tiro al posadero que os presenta la cuenta. Los bandidos son dignos de compasión; sus competidores, los hosteleros, no les dejan nada, pues les entregan ya a los viajeros como limones exprimidos. En otros países se pagan las cosas que le dan a uno; en España se paga a peso de oro lo que no le dan."
Teofilo Gautier. 
Viaje por España    pág 234-236


"Los posaderos tenían una cara patibularia. Pero a esto no le damos la menor importancia, porque ya estábamos acostumbrados a ver caras de verdugos. Un diálogo entre ellos que pudimos sorprender nos hizo saber que su moral corría parejas con su físico. Preguntaban al escopetero, creyendo que no entendíamos en español, si no tenían ocasión de dar un golpe yendo a esperarnos unas lenguas más arriba. Pero el antiguo cofrade de José María,  con aire digno y caballeroso les dijo:
-Eso no lo toleraría yo, porque estos jóvenes van bajo mi custudia. Además,  como temen ser robados, no llevan encima sino el dinero estrictamente necesario para el viaje, pues todo lo demás lo llevan en letras contra Sevilla. Por añadidura, los dos son vigorosos. En cuanto al ingeniero, es amigo mío y llevamos escopetas en la galera.
Este razonamiento último fue el que convenció a los hospederos y a sus acólitos, que por aquella vez se contentaron con robar con los procedimientos habituales, para lo que tienen licencia todos los posaderos del mundo. A pesar de esta aventura, que fue sin duda la más dramática que en nuestra larga peregrinación a través de las regiones consideradas como las más peligrosas de España, creemos que el bandido español no existe; es una abstracción, una leyenda."
Teofilo Gautier. 
Viaje por España    pág. 244-245.


    

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